De lo que aconteció, con Onán merodeando*
(Dos discursos en sonetos, el primero con estrambote)
I - De lo que supo, por lo que pudo, decir don Quijote cuando fue sorprendido desnudo de cintura para abajo por su escudero Sancho entre los ruinosos muros de un viejo molino en desuso
Con tal de no perder de mi inocencia,
mi fiel Sancho, la dosis que es vital
para sobrevivirme a mí, con tal
de no perder contigo la paciencia,
soy capaz de asumir la penitencia
que me deja desnudo y sin retal
en este vergonzoso pedestal
como reo que cumple su sentencia,
pues sobran las razones en defensa
de una contra-sentencia cuando tensa
cabos la condenada sinrazón;
cuanto diga, en mi contra lo tendré,
el alma me lo dice, y yo diré:
cuanto hice, lo hice con el corazón…
(El índice también… Y el anular
también se dio a calmar mi desazón…
Y, cómo no, el meñique y el pulgar…).
II- De lo que Sancho hábilmente respondió
para que su señor no se sintiera avergonzado en tal situación, con unas
improvisadas formas rimadas tales que el propio don Quijote consideró dar por zanjado
el asunto
El
amor que profeso yo a mis manos
sepa
vuestra merced que es sin engaños;
he
comprobado en todos estos años
que
solidariamente sus gusanos
devoran
con sus dígitos tempranos
mis
primeras substancias tal que apaños,
rescatándome
de los aledaños
de
los postreros sueños más humanos.
Me
son tan fieles estas manos mías
que
al margen de mi voluntad, de vicio
casi,
beben del sur al derretirse.
Las
amo en consecuencia, ¡oh manos mías!,
siempre
prestas, dispuestas al servicio
si
Teresa marchó sin despedirse…
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